Descripción del bien

El s. XVIII supone un cambio de dinastía en España con la llegada de los Borbones, pero también con nuevas ideas que persiguen la modernización de la cultura y el progreso de la sociedad. La coyuntura socioeconómica del momento atravesaba graves dificultades. Uno de los más graves problemas al que tuvieron que hacer frente fue el aumento progresivo de la población mendicante, agravado en los años de malas cosechas por la climatología extremadamente adversa, y la crisis general.


La segunda plaza más antigua de la penínsusla

La solución adoptada pasaba por buscar trabajo a los pobres. Así frente a los centros tradicionales, que seguían dando limosnas y comida o que se limitaban a confinar a los pobres para tranquilidad de los ciudadanos 

los ilustrados, como D. Ramón de Pignatelli y Moncayo[1], defendían la necesidad de que tuvieran una ocupación, ya fuera en el ejército, en obras públicas, ya fuera creando centros piloto de producción que comercializaran manufacturas.

Ramón de Pignatelli y Moncayo.


Entre las acciones de alcance benéfico asistencial emprendidas por la clase política zaragozana en este siglo, hay que situar las mejoras en el Hospital de Huérfanos u Hospicio (donde recogían tanto a los niños expósitos como a los que andaban dispersos por la ciudad por causar robos y desórdenes) y el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Pero sin duda la Real Casa de Misericordia[2] fue la vía de acción social hacia las clases marginadas más importante de la Zaragoza del siglo XVIII.

El principal motivo de ingreso en la Casa era la pobreza y la imposibilidad de obtener un medio de subsistencia, por lo que cumplía una misión esencial, de colchón social, en las coyunturas de crisis. Con la gestión de Pignatelli consiguió superar los problemas económicos y la dependencia de la caridad, principalmente a través de los ingresos obtenidos con la creación de una gran manufactura textil con mano de obra forzada y la construcción de una plaza de toros.

Plaza de toros de Zaragoza. Archivo Municipal de Zaragoza.


En Zaragoza con anterioridad al XVIII las corridas[3] y las novilladas se celebraban en los aledaños de la Aljafería pero también en la propia ciudad: en la Plaza del Mercado, el Coso y la plaza de la Magdalena.

Sin embargo con la profesionalización del toreo se hizo necesaria la creación de recintos cerrados y exentos, que permitían el control de los espectadores. Entre las ventajas que implicaron estas construcciones podemos citar: que los cosos pasan a tener forma circular librándose así de los ángulos muertos de las plazas públicas, y que los ruedos se hacen de arena apisonada y no de adoquinado, evitando caídas y tropiezos.

Aunque la idea inicial de edificar un coso taurino no fue de Pignatelli, él fue el artífice de que el proyecto finalmente saliera adelante, convirtiendo el coliseo zaragozano en el más antiguo de Aragón y después de la Maestranza de Sevilla el más antiguo de España. Esta construcción hizo, como expone el conocido amante Casanova en sus memorias, que los festejos taurinos de la capital aragonesa fueran más bellos y feroces que los de Madrid.

Para su emplazamiento se eligió como ubicación más idónea las Eras y el Campo del Toro. Los terrenos estaban limitados por el llamado Camino Real, próximo a la Misericordia, las casas junto a la Iglesia de Ntra. Sra. del Portillo y las tapias de la Misericordia.

El motivo fundamental para la construcción de una estructura permanente en la que se celebraran distintos festejos, fue obtener ingresos para ayudar al mantenimiento del Hogar Pignatelli y así poder alimentar y educar a los niños expósitos.

Obtenido el permiso real, en 1764 se construyó la primera plaza de madera, con mampostería y ladrillo enlucido de yeso. Proyectada por Raimundo Cortés y Julián Yarza, constaba de aproximadamente 61 m de diámetro interno y 85 m de externo, con 11 filas de tendido de piedra descubierto, grada con balconcillos y, en la parte alta, 68 palcos a la sombra y 32 al sol. Las barandillas, escaleras del graderío y cubriciones fueron realizadas totalmente en madera. También constaba de dos toriles con seis jaulas. Tanto el interior como el exterior estaban pintados al fresco.

La obra fue realizada por el Gremio de Carpinteros de la ciudad en seis meses y costó 640.000 reales de vellón[4] que se pagaron en 10 años. El dinero para la edificación lo consiguieron, no sin esfuerzo, de la Compañía de Comercio y con la Orden Real de 1762 que permitía la venta de cinco casas propiedad de la Misericordia. El modelo para su diseño fue el Coso de Aranjuez y el ruedo de la Puerta de Alcalá de Madrid.

Las primeras corridas de toros eran por la mañana y por la tarde, como así se especifica en este anuncio taurino. La recaudación se destinará a los necesitados y a los huérfanos (presidirá la La Real Junta de Hospitales). Los precios constan en la parte baja del anuncio

Las corridas de toros en esta época, que solían ser dos al año con unos catorce toros cada una, duraban todo el día, por lo que la asistencia era a gusto del espectador: mañana, tarde o día completo, aunque pronto, en la segunda mitad del XIX, se estableció la costumbre de matar a los toros sólo por la tarde. En cuanto a las novilladas, que eran más baratas, se celebraban anualmente unas cinco con seis u ocho novillos y algún toro embolado, que pronto fue sustituido por otro tipo de espectáculos: contradanzas, pantomimas equilibristas, rifas e incluso fuegos de artificio.  En las primeras participaba un grupo de 17 a 20 personas, algunos de ellos vestidos de mujeres o disfrazados con caretas. Las segundas eran representaciones teatrales, con tramoya y decorados, pero sin carácter taurino, que finalizaban al salir el novillo. Sin embargo, a veces, eran los propios actores los encargados de torearlo, dándole un cariz cómico a la faena.

Cartel taurino de Marcelino Unceta. 1890.


Otras veces el edificio era cedido para la realización de diversas exhibiciones los domingos a primera hora de la tarde: bailes de máscaras, volatines, ejercicios de gimnasia, carreras de caballos, luchas de animales, etc. Estas funciones han continuado hoy día como demuestra la gran cantidad de espectáculos que se programan. Tanto las corridas como las representaciones iban siempre acompañados por una banda de música, que tocaba entre ocho y diez pasodobles toreros en cada uno.

Cartel taurino de las fiestas del Pilar. 1902.


Las fechas de celebración coincidían con los festejos más significativos del año: Carnaval, Pascua de Resurrección, Navidad y, fundamentalmente, en octubre con las fiestas del Pilar. Pero también había corridas con motivo de ciertos acontecimientos importantes como la llegada de los reyes, estancias de personajes ilustres o la finalización de guerras como la carlista. Hoy día, la banda es la de la Diputación Provincial, con 120 años de antigüedad, cuyo origen está también vinculado al Hogar Pignatelli.               

El ruedo zaragozano también destacó por ser uno de los de mayor capacidad. Al principio su aforo era de unos 7.800 espectadores y fue creciendo14.300. Sin embargo, con la remodelación del 2002 se redujo a unos 10.300. Para conseguir que tanto público acudiera al coso taurino, los anuncios se hacían a través de pregones en las calles y plazas públicas, pero desde el XVII se fue progresivamente sustituyendo por el cartel[5] de las corridas.

Precios de las distintas clases de localidades en reales. Cartel anunciador de la corrida de seis toros el día 15 de Octubre de 1844 en la plaza de Zaragoza.
Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza.


En un primer momento el pago de la entrada se efectuaba al acceder al recinto, por lo que no había billete, diferenciándose los precios según fuera tendido, grada o balcón. Éstos empezaron a expedirse tras la pragmática de Carlos III, y en ellos se hacía constar el precio, la localidad, el nº de ticket, y se estampaban con un sello de bronce.

Con el tiempo para facilitar la venta se abrieron taquillas independientes en otras zonas de la ciudad como las de la Plaza del Mercado, el kiosco de la plaza Sas y la calle Cinco de Marzo.

Plano, alzado y sección de las taquillas en la calle 5 de marzo. Diseño de Teodoro Ríos Balaguer, 1932. Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza.


Arriba, retrato de Antonio Ebassún, Martincho. Obra de Francisco de Goya, Museo de Oslo. Abajo  y de arriba abajo, Grabados nº 19 Otra locura suya en las misma plaza y nº 22  Valor varonil de la célebre Pajuelera en la de Zaragoza.


La primera corrida tuvo lugar el 8 de octubre 1764, aunque las obras no finalizaron completamente hasta el 13 junio siguiente. En ella actuó Antonio Ebassún “Martincho”, el torero de Farasdués. En los festejos de esta época lo normal era torear a caballo[6], estoquear[7] y poner banderillas. Generalmente los diestros llevaban un traje propio y en la plaza se les proporcionaba, la capa, las bandas y los sombreros que hasta 1770 fueron sombreros blancos y desde entonces,  negros; también usaban la redecilla, ya que la montera actual no fue adoptada hasta 1835. La capa y las bandas eran confeccionadas en el Hogar Pignatelli.

En el paseíllo los matadores accedían al albero por el llamado Portón de los Miedos.

Aunque la Misericordia era la encargada de la explotación de la plaza, en algunas ocasiones, se arrendó a particulares por una cantidad fija, ya fuera por una o por varias funciones. Este sistema de aprovechamiento continúa empleándose actualmente, pero por toda la temporada.

El coso zaragozano no ha permanecido inmutable a lo largo de los años sino que pronto empezó a sufrir distintos avatares, ya que tanto con Carlos III como con su hijo Carlos IV se prohibieron los festejos taurinos, y durante algún tiempo estuvo sin funcionamiento, lo que provocó las primeras reparaciones costosas e importantes. En los periodos de inestabilidad fue utilizado por el ejército, generalmente como almacén o para la instrucción. Además, durante la Guerra de la Independencia fue hospital de sangre y en la Guerra Civil refugio de la población en caso de bombardeos aéreos. Pero también parte del edificio, concretamente algunas cuevas debajo de las gradas, se emplearon como cárcel en principio para los toreros que no terminaban la faena y, luego, en la Guerra Civil.

Durante el XIX, momento en el que pasa a ser propiedad de la  Diputación Provincial de Zaragoza, las diferentes obras se centraron sobre todo en la  consolidación y mantenimiento del edificio.

De todas las reformas que ha sufrido la plaza hay que destacar particularmente tres: una en 1917 con la que los arquitectos Miguel Ángel Navarro y Manuel Martínez de Ubago dotaron al coso taurino de su aspecto neo-mudéjar actual. La ampliación se realiza en ladrillo, con inclusiones de piedra en sus elementos representativos, aunque como es habitual en este tipo de construcciones destaca la austeridad decorativa. En ese momento se construyen las fachadas exteriores de ladrillo y la gran puerta neo-mudéjar, rematada por el escudo de Aragón flanqueado por dos cabezas de toro. La construcción del exterior se recubrió  con arcos de medio punto dispuestos en tres alturas, que ayudan a la circulación peatonal. El embellecimiento de la plaza se completo en 1991 con una escultura de bronce de Manuel Arcón, que representa a Goya tomando apuntes para sus grabados de la tauromaquia.

La plaza de toros de Zaragoza y alrededores hacia 1874-1877. Fotografía de Laurent.


La plaza de toros tras las reformas de 1917-1918. Fototipia Thomas, Barcelona.


Puerta de la plaza como es actualmente.              


Vista de la rotonda exterior.


La segunda reforma fue en 1986, en la que, por motivos funcionales, se trasladó de sitio el palco de honor, provocando un cambio también en el paseíllo de los toreros. Finalmente, en 1988, con la instalación de la famosa cubierta móvil, se suprimió en los carteles anunciadores de Zaragoza, la conocida frase y si el tiempo no lo impide.

Proyectada por el ingeniero alemán Bergemann y los arquitectos Juan Kuhnel y José Mª Valero, se inauguró en la Feria del Pilar de 1990. Consiste en una cubierta, fija sobre los tendidos y móvil sobre el ruedo, hecha de teflón con nervios de metal, cinturón de hierro y hormigón. Esta última obra ha convertido a la plaza de toros zaragozana en la primera de España que contó con cubierta. También hay que mencionar el esfuerzo por acondicionar la plaza a las diferentes necesidades de accesibilidad, poniendo ascensor y adaptando varias localidades.

Fotografía: Archivo fotográfico de la D.P.Z., Archivo Municipal de Zaragoza, Museo de Zaragoza.


[1] Ramón Pignatelli (1734-1793), de origen noble, pertenecía a uno de los linajes influyentes en la corte de España y, sobre todo, de Aragón. Su afán por ayudar al progreso y por ser útil a la sociedad le llevó a ser uno de los representantes más importantes de la ilustración aragonesa.

[2] También conocida como el Hogar Pignatelli, es la sede actual del Gobierno de Aragón. Fue abierta oficialmente en 1669 por los Hermanos de la Congregación de la Santa Escuela de Cristo. Como hospicio y hospital recogía, o más bien encerraba, a los mendigos de ambos sexos y de cualquier edad. En determinadas etapas, también se hizo cargo de enfermos convalecientes, de mujeres libres y escandalosas y albergaban a peregrinos durante tres días. Felipe V acogió la Casa bajo su real patronato y, posteriormente, se encomendó la dirección al arzobispado.

[3] Si el teatro era concebido por los ilustrados como un instrumento al servicio de su campaña pedagógica, la encarnación de los vicios a extirpar, entre las capas populares, era la fiesta de los toros, una de las diversiones preferidas en Zaragoza. La pragmática de 1787, favorecida por el conde de Aranda, prohibió la fiesta, pero la picaresca salvó el escollo con éxito, lo que permitió que la fiesta, tan contraria al espíritu ilustrado, perdurara a lo largo del siglo XVIII.

[4] El real de plata fue la base del sistema monetario español hasta mediados del siglo XIX. Su fracción era el real de vellón: 2,5 reales equivalían a un real de plata. Los 640.000 reales de vellón que costó la obra, se corresponden aproximadamente con 661 euros.

[5] Los anuncios se fueron modificando paralelamente a las corridas y a las técnicas tipográficas. Evolucionó de un formato similar al de los bandos a los carteles pictóricos. Se diferenciaban por el tamaño, los llamados de mano y los de escaparate. Hacia mediados del siglo comienzan a desarrollarse en formato vertical con alguna viñeta xilográfica, hasta que, a finales del XIX con la aparición de la litografía, surgen los grandes pasquines a color, que ya no son anónimos, incluso a través del fotograbado se incorporan retratos de toreros. Ejemplos de estos carteles se pueden apreciar en una exposición dentro de la Plaza.

[6] También llamados picadores, tenían una mayor consideración que los toreros de a pie, por eso muchas veces aparecían los primeros en los carteles anunciadores.

[7] Hace referencia a los matadores, espadas o lo que también denominan torero a pie. Los diestros comenzaron como ayudantes de los caballeros pero a partir del XVII y, sobre todo, en el XVIII con la construcción de las plazas aparecen las cuadrillas de profesionales.

EL COSO DE MISERICORDIA PDF